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Biblioteca Morata de Tajuña
Biblioteca Municipal Morata de Tajuña Espacio MORATA ESCRIBE

Allí postrada en la cama, su vida dependía de la máquina artificial que tenía a su izquierda.

Al principio cuando la pasaron a urgencias todo cobró un color rojo intenso.

Las paredes se cambiaban de lugar cuando su cuerpo intentaba asimilar el shock en el que se encontraba.

Mantenía sus ojos cerrados mientras sus pulmones se mecían al vaivén del tubo que le suministraba oxígeno.

Las manos temblorosas de su madre sujetaban su mano.

Había estado con ella sin moverse desde el accidente.

Había pasado ya dos meses.

Al principio su habitación se llenó de llantos.

El dolor y la angustia se iban directos hacia algún cuarto negro donde iban a parar todo el miedo y la desesperación.

En las paredes se abrían grandes ventanas viendo su vida y sopesaba como en una película los momentos vividos con intensidad.

Luego, el cuarto, se sumió en el más inmenso silencio con la compañía de sus padres.

Un color azulado les intentaba abrazar con la tranquilidad de verla allí postrada.

Luego vino la esperanza de un alegre color verde.  

La esperanza era lo último que se perdía. A pesar del dictamen tajante del cirujano. Muerte cerebral.

María comprendía y asumía que tenía que dejarse ir pero debía esperar que así lo asumieran los suyos.

Tan solo tenía 21 años.

Había vivido lo suficiente para haber aprendido a amar y a perdonar.

La paz llena de luz blanca la embargaba.

Se había enamorado de aquel chico que le traía flores a su cama.

La luz rosa salía de aquel muchacho que se sobrecogía al acercarse.

Había amado tanto a su hermana que le robaba la ropa para irse de fiesta.

Su hermana era pura alegría de un amarillo intenso.

A su padre la había perdonado por haberlas abandonado y allí estaba, apoyando en estos momentos a su madre con una tenue luz naranja llena de arrepentimiento pero sobre todo, la había amado tanto a ella, a su madre que la había alentado en tantos momentos.

¿El amor qué color tenía? Era indescriptible, el amor de su madre era acogedor.

De vez en cuando se iba bailando con el resto de las almas que la estaban allí esperando con una luz dorada, pero no, todavía no podía.

Su madre tenía que tomar aquella difícil decisión.

Algo tenía que hacer para ayudarla.

Cuando todos dormían en aquella noche decidió quedarse a su lado y su mano acarició su cara.

Mamá, le susurró; tienes que aceptarlo.

Su madre al día siguiente comprendió.

Laura se llenó de coraje llamó a los médicos ante la triste mirada de la familia.

¿De qué color sería el valor y el coraje para tomar una decisión como aquella? Sin duda de la más brillante…

A las 12 del mediodía la enfermera desconectó el respirador y María dio un gran brinco sintiendo por fin la plena libertad del movimiento al ser consciente que los espacios que inundaba aquel edificio se envolvía en el dulce colorido de los sentimientos encontrados ante la muerte.

María José García Álvarez

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