Ojos sentados en la acera,
grietas que observan de entre las grietas
de la piel de su cara,
de las manos que arreglan un pitillo,
en la garganta; heladas y sofocos.
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Ventanas abiertas al cielo azul
de su bata de botones anacarados,
azul mar de su bondad,
no cabe en sus manos
el alimento del alma y el cuerpo.
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Mira a sus hijos desde dos vidrios
en el rostro alargado, transparente
a sus retoños translúcidos
a las piedras del camino,
opacos a la estupidez.
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Dos luceros me reciben,
adornan su cara morena,
preguntan, buscan encuentran mis cuencas.
Una estela comunican los dos astros
con el vértigo de su sonrisa.
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En frente del huracán el mar calmado
después de la tormenta de su hermano
el faro que busca en la sombra,
que anuncia el puerto ”Curiosidad”,
alumbra en su interior el nacimiento adolescente.
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Jóvenes son las luces de su mirada
en ella Sol y agua
en él Luna y fuego.
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La estrella y el satélite del cariño y del deseo
no eclipsan las sombras de las inquietudes.
juntos pan y risas
solos; luz titilante en la brisa del mundo.
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Subida al trono para llegar a su plato,
el tesoro de ilusiones,
perlas en su carita,
pétalos en la boca,
algas de mar en su cabeza,
ramitas en los dedos
sujetan los cubiertos.
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Ríe , habla, llora, mira…todo a la vez;
como gira el Universo, el mundo a sus pies que no llegan al suelo,
estrellas diminutas llenas de energía y de poder,
frágil a la maldad, no le daña en su inocencia
no se lo traga la Humanidad.
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Aquí están las personas y sus miradas,
compartimos platos, vasos y cubiertos de lunes a viernes
quién sabe si los sueños también y ganas de vivir.
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En un carrito del firmamento viaja todos los días,
sus manitas asoman como pistilos entre las flores,
brote que crece verde y fresco,
leche de diosa comes,
no te falta rayo de esperanza,
amanecen tus ojos al mundo,
no hablas y ya reclamas tu sitio,
tu rincón en el comedor
las cucamonas de los adultos.
Felipe Martín.